El 27 de febrero, cuando realizaba su trabajo cubriendo el desalojo de Ofelia Nieto 29, el videoreportero Jaime Alekos fue detenido. La Plataforma en Defensa de la Libertad de Información (PDLI) ha denunciado las circunstancias que rodearon su detención, exigiendo que se depuren responsabilidades.

A los pocos días de su detención, Jaime Alekos envió a la PDLI su relato de los hechos, como apoyo a los escritos de queja que presentamos ante la Delegación del Gobierno el Ayuntamiento.

Jaime explica cómo se identificó en todo momento (“Con las manos arriba, mi cámara y micrófono colgando del cuello, comunico que “soy periodista” y lo repito”, cuenta), las once horas que transcurrieron hasta que vio a su abogada, o los comentarios burlescos que recibió: “Qué, al final detenido, ¿eh?”, le espetó un policía de paisano.

Jaime Alekos narra su detención

Lo que sigue es el relato que Jaime Alekos ha enviado a la PDLI:

“Hacia las siete de la mañana, recibo una llamada telefónica de un vecino de Tetuán, informándome de que hay varias furgonetas de Policía Municipal en Ofelia Nieto 29 y parece que tienen intención de llevar a cabo el desalojo.

Llego sobre las ocho menos cuarto a la vivienda y cuento siete furgonetas de los Grupos de Respuesta Inmediata de la Policía Municipal y dos patrullas aparcadas en la puerta, con varios agentes en ambas aceras de la calle. En la rotonda donde empieza la calle Ofelia Nieto hay aparcadas otras dos patrullas de Policía Municipal.

En la puerta de la casa está Ángeles Gracia, de la familia Gracia González, los residentes en la casa. La saludo y entro.

Entre cinco y diez minutos después, el G.R.I. establece un perímetro alrededor de la vivienda que impide que se acerque nadie más. Soy el único periodista en la vivienda, dentro del perímetro.

Se presenta un trabajador del Ayuntamiento de Madrid que habla, en la calle, con la familia Gracia González y les notifica que van a llevar a cabo la entrada a la vivienda.

Siguiendo las órdenes de uno de los policías, varios agentes del G.R.I. intervienen, desalojando a los miembros de la familia Gracia González y otros vecinos que se encuentran en la puerta. En ese momento, estoy grabando, desde la terraza, un plano cenital y desde mi izquierda empieza a caer un chorro de agua continuo, que moja a los policías, a Luisa Gracia -la hermana de Ángeles- y a Javier, el marido de Ángeles.

Cuando la puerta queda despejada, la intentan derribar con golpes de ariete, durante varios minutos, pero la puerta no cae.

Después, golpean la pared, a la derecha de la puerta, hasta que abren un agujero de unos cinco centímetros de diámetro.

El siguiente intento de entrada a la vivienda es con la pala de una excavadora. Cuando dan el primer golpe estoy en la terraza, encima de la puerta, haciendo otro plano cenital, y tiembla el suelo.

Bajo y, cuando llego, los agentes del G.R.I. acaban de romper la puerta y están entrando a de la vivienda. Grabo una parte muy breve, lo que se ve en el reportaje, y subo de nuevo a la terraza.

Grabo cómo un agente del G.R.I. y otro policía municipal retiran un trozo de puerta y desalojan a varios vecinos que estaban en la planta baja, entre ellos, Francisco Gracia, el abuelo de la familia.

También grabo la detención de un vecino que, en el momento de entrar la policía, está en la planta baja con una bicicleta.

Mi última grabación es, desde la terraza y a través de una ventana que conecta con el interior de la primera planta de la vivienda, un plano de Luisa González, la abuela de la familia, recogiendo cosas con un agente del G.R.I. detrás.

Cuando los agentes del G.R.I. entran a la terraza, lo hacen al grito de “‘¡todos al suelo! ¡todos al suelo!”.

“Soy periodista”

Me pongo de rodillas, con las manos arriba, mi cámara y micrófono colgando del cuello, y cuando se me acerca el primer policía le comunico que “soy periodista” y se lo repito una vez.

Él me vuelve a gritar “¡al suelo!” y me empuja de tal forma que caigo tumbado boca abajo, clavándome la cámara y micrófono contra el pecho.

La parte del suelo de la terraza en la que me encuentro está encharcada por el agua que salía de la manguera y me empapo de cintura para abajo: los pantalones, zapatillas y el cinturón con accesorios para guardar los objetivos, baterías y tarjetas de memoria de la cámara.

El policía me presiona en la espalda con la rodilla, mientras sigo tumbado boca abajo. En la terraza había otras cuatro personas y las reducen del mismo modo.

Llega un policía que parece ser el que da las órdenes y, cuando pasa a mi lado, le comunico que “soy periodista, si me lo permite [dado que estaba inmovilizado] le muestro mi acreditación”. No me responde.

Me esposan con las manos atrás y me bajan a la calle, en donde vuelvo a repetirle al policía que me está llevando hacia la parte trasera de un furgón, que “soy periodista, si me lo permite le muestro mi acreditación”.

El tono en el que me dirijo a los policías es sosegado en todo momento.

Como los policías de arriba, no responde cuando me dirijo a él y me sube a la parte trasera de un furgón, con otros tres detenidos que se encontraban en la terraza. Son alrededor de las nueve de la mañana.

Nos llevan a la comisaría de Policía Nacional del distrito de Moncloa / Aravaca, en la calle Rey Francisco.

En un calabozo de la planta baja, me quitan las esposas y me hacen vaciarme los bolsillos y entregar todas mis pertenencias, incluida mi cámara y el resto de mi equipo. Apago mi teléfono móvil.

Me cachean y me piden que me baje los pantalones para registrarme. Colaboro en todo momento. Designo a mi abogada. Me toman las huellas.

En el calabozo de la planta baja estoy con otros cuatro detenidos: el chico cuya detención he grabado antes desde la terraza y los otros tres hombres. Hay una sexta detenida que, al ser mujer, se custodia en un calabozo distinto.

Dos policías de paisano entran al calabozo y preguntan “quién es el periodista”, a lo que respondo que “soy yo”. Me sacan un momento del calabozo y me preguntan para qué medios trabajo. Respondo que “soy autónomo y trabajo con varios medios, y con los que más frecuencia lo hago es con Periodismo Humano y Las Mañanas de Cuatro. Me vuelven a meter al calabozo.

Pasado un rato, varios policías me trasladan a un calabozo del sótano donde estoy yo solo. Me dan un desayuno.

Después, vienen varios policías nacionales, me sacan del calabozo y me esposan de una muñeca a otro de los detenidos. Nos trasladan a un furgón de policía nacional a la comisaría de Moratalaz.

En Moratalaz pasamos un tiempo dentro del furgón, sin poder ver el exterior. Hace calor y nos ponen el aire acondicionado al pedirlo.

“Qué, al final detenido, ¿eh?”

Nos sacan del furgón y nos llevan a un edificio con un rótulo que pone algo así como “Jefatura de UIP”. Preguntamos la hora a un policía y nos responde que son entre la una y las dos del mediodía.

Esperamos en la puerta de la planta baja y creo recordar que es en este momento cuando nos quitan las esposas. Un hombre de paisano que llega por mi espalda, me da una palmada en el hombro y me dice, sonriendo “qué, al final detenido, ¿eh?”. Entra al edificio y mientras sube las escaleras vuelve la cabeza, sonriéndome.

Varios agentes de paisano, nos ordenan subir las escaleras. Pasamos por la primera planta, “Jefatura de UIP”, segunda planta “Unidad Central de Intervención”, tercera y creo recordar que también la cuarta planta “Primera unidad de UIP” y entramos en la planta superior, “Brigada de Información”, donde nos llevan a un aula, con pupitres, una pizarra, un proyector, vitrinas, una bandera de España y una mesa principal con un rollo de papel higiénico encima.

En el aula hay sentados otros cinco detenidos, sin esposar.

Creo recordar que es aquí donde se nos informa de los cargos que se nos imputan: desobediencia, resistencia y atentando a agentes de la autoridad.

Desde ahí nos trasladan, policías de paisano, a los calabozos del sótano. Vamos a un primer calabozo, pegado a la puerta, en donde nos dan una comida. Nos toman las huellas. Me trasladan junto a los otros nueve detenidos hombres a un calabozo grande que está al fondo, después de recorrer dos pasillos. Nos dejan ir al baño.

Después de varias horas, nos van llamando para tomarnos declaración. Me vuelven a llevar a la Brigada de Información, donde veo por primera vez a mi abogada. Son pasadas las ocho de la tarde.

Mi abogada trae una receta médica y la medicación que tengo que tomar todas las mañanas al ser enfermo de tiroides, solicita que se me facilite por la mañana. La policía responde que sí.

No hago declaraciones y pido hacerlo delante del juez. Se me informa que voy a dormir en el calabozo de Moratalaz y mañana me llevarán a los calabozos de los Juzgados Plaza de Castilla para que declare delante del juez.

Me entrevisto con mi abogada, quien me informa de que los delitos que se me imputan están penados con hasta cuatro años y medio de prisión y me vuelven a llevar al calabozo de antes, nos traen la cena. A lo largo de la tarde me toman las huellas, no recuerdo en qué momento, por tercera vez.

No nos traen el desayuno. No me traen la medicación. Por la mañana nos trasladan a los calabozos de Plaza de Castilla. Nos traen la comida. Alrededor de las tres me entrevisto con mi abogada, declaro delante del juez.

En la declaración, el fiscal me pregunta si estoy dispuesto a aportar mis grabaciones como prueba, respondo que sí.

Alrededor de las cuatro me ponen en libertad.

Mi equipo está entre mis pertenencias. Cuando cojo el teléfono móvil, está encendido, solicitando el número pin. En el administrador de aplicaciones de Android, veo que los procesos de sistema se han iniciado a las cinco de la tarde del día anterior”.


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[Fotografía: Detenciones en Ofelia Nieto 29 | (c)Jaime Alekos (@JaimeAlekos) | Periodismo Humano]