Yo no soy periodista, soy humorista. Así que déjenme contarles un chiste de un humorista de mi país que se llama Juan Verdaguer. El humorista, no el país.

El chiste de Verdaguer dice así: “Qué bárbaro los nuevos métodos para adelgazar, qué fantástica es la Ciencia. Ahora ni dietas ni nada, te tomas una pastilla y adelgazas al instante. Mi tía Puri estaba hecha un tonel, pero se tomó la pastillita y en una semana no veas lo que adelgazó, con decirte que ahora pesa sólo cuarenta kilos… Con cajón y todo…”

Humorista, eso es lo que soy.

Tardé mucho en elegir esta palabra para definirme. Estudias Periodismo y eres periodista, estudias Medicina y eres médico, estudias Derecho y eres abogado, pero el humor no se estudia, y estamos en una sociedad de una doble moral de tal calibre que los humoristas, para no ser prejuzgados de antemano, prefieren evitar este nombre.

Hemos plagiado del inglés la palabra “Cómico”, “Comedia”, “Viñetista”, y un sinfín de eufemismos para algo que no debería producir ningún tipo de rubor porque sólo es una descripción. No importa si te parece bueno o malo, gracioso o no, no importa si lo hacemos en la tele, en un teatro, si lo escribimos o lo dibujamos. Los que hacemos humor somos humoristas.

Y déjenme, también, contarles a ustedes por qué creo que el humor es ese hermano menor de la prensa, que es el primero en recibir los golpes. El humor es como el pajarito de la mina, el primero en morir por la censura.

Estamos en una sociedad donde el cerco al humor se cierra cada vez más, y ojo, no nos engañemos, no se cierra sólo desde el poder, no es sólo la derecha la que cuestiona nuestros recursos y nuestras herramientas. En sectores que, a priori, se dicen afines, sectores del progresismo, tanto ciudadano como político, la moral de la educación cristiana y la culpa pequeñoburguesa está tan arraigada que colaboran e incluso promueven este corralito al humor.

Y no siempre es por moral, a veces es por incomodidad, otras es por sectarismo, otras por ese buenrrolismo que pretende que sólo veamos la parte buena de la humanidad para así crearla a imagen y semejanza de esa visión ficticia.

Como si el humorista fuera creador de sociedades y no sólo un reflejo, una ficción, de esa realidad que es anterior a su obra, como realmente es.

Déjenme darles unos ejemplos de los ataques de diferentes sectores a los que estamos acostumbrados los humoristas, incluso todos aquellos que se avergüenzan de esta palabra.

Tomemos como ejemplo el chiste que les acabo de contar de Juan Verdaguer, de los años sesenta. Mi tía se tomó la pastillita y adelgazó en una semana. Ahora pesa cuarenta kilos con cajón y todo.

El poder político de derechas puede atacar al humorista por lo negro del chiste: no está bien mostrar la parte oscura de la sociedad

El poder económico puede atacar al humorista por criticar a la industria farmacéutica y el gran negocio de los laboratorios que tanto bien han hecho al mundo, si olvidamos la talidomida y tantos otros horrores.

Sectores de la izquierda pueden atacar al humorista por reírse de una tragedia. “Tú no sabes el drama que viven las familias que han perdido a un ser querido por un medicamento”

Otros sectores progresistas pueden atacar al humorista por reírse del gran problema de la obesidad. “¿Sabes lo duro que es tener un pariente que sufre de obesidad?”

Esto sería como si hoy en día, no sólo la alta sociedad británica se sintiera ofendida por “Los Viajes de Gulliver”, obra cumbre de la sátira, sino que, además, una ONG le hiciera juicio a Jonathan Swift por hacer mofa de los enanos en el capítulo de Lilliput. O que una asociación protectora de animales criticara a Herman Mellville por matar animales en su “Moby Dick”.

Y así el cerco se cierra, y, por diferentes vías y diferentes motivos, el humorista se ve atacado, censurado, denunciado por algo, un chiste, que es una irrealidad, parodia de lo real, realidad inventada, y que es producto de su fantasía, como toda metáfora, y que no deja de ser lo mismo que un cuento, una novela o una poesía. Es decir: un acto de ficción.

Cuando empecé a trabajar de humorista, a principios de la década de los noventa, en Buenos Aires, Argentina, laburaba en el suplemento Sátira/12 del diario Página/12. Eran épocas de Menem, no era la misma situación que la de la España de hoy, pero tiene similitudes: el poder político como mano ejecutora de los grandes intereses económicos, una corrupción generalizada y un descontento que luego cuajaría una década más tarde, cuando yo ya no vivía en aquel país.

En aquellas épocas, trabajando yo en Sátira/12, ya se hablaba mucho de que la libertad de prensa no existía, que lo existía era la libertad de empresa. De la empresa dueña del medio de comunicación,

Si un chiste o un artículo va en contra de un anunciante, el artículo y el chiste no se pueden publicar porque el anunciante puede retirar sus anuncios, fundamental para la existencia del medio.

Esto con la prensa independiente se controla porque los que hemos hecho nuestros propios medios, hemos hecho planes de negocio que no dependan de esa publicidad, aunque la tengamos.

También ya existía el sectarismo: partidos o grupos de izquierda que, ante un chiste o un artículo que no les era propicio, se quejaban de que dicho chiste o dicho artículo “le hacía el juego a los que en realidad había que criticar y sacar del poder”.

No creo en el humor dirigido, no creo en el humor unilateral.

El humor, como ficción, tiene la realidad como materia prima, toda la realidad, y la realidad no es blanco y negro, ni siquiera está en gama de grises. No. La realidad es multicolor, ni siquiera el catálogo Pantone tiene tantos tonos como la realidad. Pero esa realidad es sólo materia prima para la creación de una ficción y como tal debemos considerar al humor, por más de actualidad que sea.

Cosas con las que nos encontramos los humoristas continuamente en nuestro trabajo y que son indicadores de que, incluso los sectores más abiertos de la sociedad, mantienen una férrea moral heredada que los aleja de lo democrático.

Nos dicen:
EL CHISTE ES DE MAL GUSTO… Vale, ¿podría usted definirme buen gusto, mal gusto, o simplemente, gusto?

Nos dicen:
ES UNA FALTA DE RESPETO… Vale, ¿cómo se aplica el respeto en una obra de ficción como es un chiste?

Nos dicen:
ES DAÑINO… Vale, ¿cómo puede ser dañina una ficción que nadie te obliga a ver?

Nos dicen:
LE HACE EL JUEGO AL ENEMIGO… Vale, ¿desde cuándo un chiste ha tenido tanto poder como para hacerle el juego a alguien?

Nos dicen:
ES IDEOLÓGICAMENTE PELIGROSO… Vale, pero, como obra de ficción, no hay que confundir la obra con el autor. ¿Nos referimos a la ideología del chiste o la del humorista que lo hace?

Nos dicen:
NO ES HUMOR INTELIGENTE…. Vale, pero toda ficción funciona al nivel de la inteligencia, por más básica que sea. Entonces, ¿cómo no va a ser inteligente si hasta el chiste más cazurro es un juego de palabras, una ficción que necesita de la inteligencia para ser lo que es?

Nos dicen:
TE HAS PASADO…. Vale, pero ¿acaso no sirve para eso la ficción, para pasarse, para jugar a ser lo que no somos, para sacar a pasear nuestros demonios y que paseen en la ficción para que sigan contenidos en los actos del día a día?

Nos dicen:
ESTO YA NO ES HUMOR… Vale, entonces, defíneme humor. Hace veinticinco años que soy humorista y busco una definición universal del humor que aún no he encontrado,… Y no sólo yo, Voltaire, Freud, Thomas de Quincey, Oscar Wilde, Macedonio Fernández,… entre muchos otros, lo han intentado y, como todo pensador, sólo han podido dar con una definición parcial. Inténtalo tú, ¡valiente!

Nos dicen:
ESE CHISTE OFENDE… Vale, pero el nivel de tolerancia hacia las ofensas es personal, no hay un canon, incluso cambia en una misma persona a lo largo de su vida… ¿Cómo atenerme a algo tan intangible?

Nos dicen:
TÚ NO SABES EL DAÑO QUE PUEDES HACER CON ESTO…. Vale, pero, ¿realmente crees que la palabra, en la ficción, tiene tanto poder como para hacer daño más allá de una incomodidad momentánea que dura lo que dura tu lectura de mi chiste?

Nos dicen:
USAS PALABRAS HIRIENTES… Vale pero, ¿he inventado yo esas palabras, las he convertido yo en algo hiriente?

El gran escritor americano Don DeLillo dice en su novela “Mao II” que el triunfo del terrorismo es el fracaso de la palabra. Antes un libro de Voltaire podía generar una conciencia y desembocar en una revolución, hoy no. La palabra pierde ante el acto real de la violencia. Porque la palabra es sólo una representación mientras que violencia, el acto, es un hecho fáctico.

Si te ofende un chiste, no leas a ese humorista, eso lo puedes cambiar, ¡aquí sí que tienes el poder en tus manos!

Y ese poder no está en censurarlo o boicotearlo por más repudiable que te parezca el chiste, el poder lo tienes tú: no lo leas, no lo sigas, ¡ignóralo!

En cambio, si lo que te ofende es la corrupción, la reforma laboral, el poder de la banca, la desigualdad impuesta a fuerza de ley, entonces sí que es más difícil cambiarlo.

El humor es un juego, un juego que propone un maestro de ceremonias, el humorista, y que es compartido por sus lectores. En ese juego, humorista y lectores pueden jugar a se re-buenos o a ser re-malos, a ser ingenuos o sádicos, pueden jugar a ser lo que no son,… pero que estén jugando a ser algo que no son, no los convierte en el personaje que interpretan en el juego.

El humor es como el sadomasoquismo: ambas partes pactan un rol, ambas partes lo juegan, ambas partes, aunque tú no lo entiendas, obtienen placer de ese juego. Si a ti ese juego no te da placer, no lo juegues, pero no señales a los otros diciendo que están enfermos porque juegan a algo que tú no entiendes.

Tenemos que estar alerta para no permitir que, sea el sector que sea, venga de donde venga, tenga las mejores o las peores intenciones, se intente censurar, silenciar, fiscalizar el lenguaje, o boicotear el humor, el humor venga de donde venga. Porque en la creación artística, como en la imaginación, no debe de haber límites más que los que se imponga el mismo artista.

El humor no es vanguardia social, no se puede hacer humor con algo que aún no existe, no puede uno, el humorista, tomar como materia prima una luz que aún no se ha encendido para mostrar las sombras que aún no se han proyectado.

El humor es retaguardia, el humor muestra lo peor de nosotros mismos, a veces, del otro, a veces, del mismo humorista.

¿Por qué no voy a poder ficcionar sobre mis propias miserias, por qué yo, como creador de una ficción llamada humor, no puedo mostrar mis contradicciones y jugar a ser y mostrar el peor de mis yoes? ¿Por miedo a que crean que ese yo, es mi verdadero yo?

El humor, como juego, consiste también en sacar a la luz, en un entorno controlado como es la ficción, nuestros miedos, nuestros pensamientos más oscuros, nuestras actitudes más indignas, nuestras crueldades y nuestros debilidades.

El humor, como espejo, es exorcismo de nuestros males, reflejo de lo peor de nosotros mismos. Nunca de lo mejor, que para eso ya están otros géneros de ficción.

Dijo una vez Enric Gonzalez que la corrección política había nacido del progresismo como forma de proteger a las minorías, pero esa corrección política terminó convirtiendo a las minorías en hipersensibles, en hiperreflexivas, es decir, en aún más débiles.

Muchas veces en nombre de esas minorías se ataca al humorista desde sectores que no pertenecen a esas minorías.

Espero que las minorías sean más inteligentes que los sectores burgueses que pretenden protegerlas, porque el humor no es la causa de las injusticias, simplemente es uno de su reflejos.

Y, si se ataca al reflejo, la imagen real, es decir, los hechos, campan a sus anchas porque el resto está distraídos atacando y censurando a un simple e inofensivo reflejo.

El gran maestro satírico español, Andrés Vázquez de Sola, fue una vez increpado en una charla por un chiste que había publicado donde utilizaba el insulto “hijos de puta”. Vázquez de Sola respondió: “Yo no inventé las palabras, pero tengo la obligación de utilizarlas”.

Cuidemos esto, estemos alerta, no importa de dónde venga la censura, porque si no a nuestra sociedad le va a pasar lo mismo que a la tía de Juan Verdaguer: se va a tomar la pastillita de lo inofensivo, lo que no ofende, y va a perder tanto humor, tanto pero tanto humor, que va a pesar tan sólo cuarenta kilos.

Eso sí, cuarenta kilos muy serios, respetuosos, inteligentes, educados, comprometidos, concienciados, y elegantes cuarenta kilos…

Pero de qué le van a servir esos cuarenta kilos si son con cajón y todo.

Darío AdantiRevista Mongolia (@revistamongolia)

Intervención de Darío Adanti en las jornadas inaugurales de la Plataforma en Defensa de la Libertad de Información, de la que Mongolia es miembro. 

La PDLI recupera hoy este texto en solidaridad con el semanario satírico francés Charlie Hebdo, cuyas oficinas han sido atacadas esta mañana por dos individuos armados causando la muerte a doce personas e hiriendo gravemente a otras diez.